sábado, 1 de julio de 2017

Microrrelato: Canto a la vida.



En una de las calles que conducía al centro de la ciudad había un banco de madera, algo desgastado por el efecto del sol. Allí todas las mañanas un señor mayor, de unos ochenta años, se sentaba y hablaba solo. Muchos le hubieran tildado de loco, sin embargo, la gente del lugar lo conocían perfectamente. Se trataba de Tom Roldins, un hombre solitario y sin descendencia que vivía en aquella ciudad mucho antes de que llegase la industrialización.

Tom vivía en una casa a las afueras de la ciudad que había sido heredada por su familia. A expensas de la lejanía, todas las mañanas, puntual como un reloj Tom se sentaba a las nueve de la mañana junto con los primeros rayos de sol y cantaba. Nadie sabía por qué cantaba solo en ese banco, sin embargo, lo que no podían evitar era detenerse unos minutos de camino al trabajo para escuchar el canto de Tom. Y, es que a pesar de su avanzada edad, el señor Roldins poseía una voz dulce y angelical; los rumores decían que había sido cantante en su juventud pero nunca pudo mostrar su don al resto del mundo por culpa de la guerra.

Tuvo que ser un extranjero, que desconocía la existencia de Tom, quien se atreviese a sentarse en su banco minutos antes de su llegada. Se trataba de un chico joven, con una tez pálida que, poco acostumbrado a ese clima caribeño, decidió tomar los primeros rayos del sol. En cuanto Tom tomó asiento a su lado el joven le saludó educadamente a lo que el anciano le respondió con un «Buenos días» en do mayor. El chico sonrió y volvió la mirada al sol. No pasaron más de dos minutos hasta que descubrió de primera mano que estaba al lado de un profesional del canto. Pensó que debía tratarse de alguna broma, después, que ese hombre estaba demente y, al final, su mente quedó en blanco mientras escuchaba la voz de Tom.

Solo cuando terminó la última estrofa del soneto, donde Tom le relató las cosas buenas de su vida, quedaron en silencio. El joven le observaba sorprendido a la vez que el anciano le miraba apacible; varios transeúntes retomaron su paso hacía el trabajo. Tom se incorporó del banco e hizo un esfuerzo por ponerse de pie. Fue entonces cuando el chico se armó de valor para preguntarle por qué cantaba. Tom se dio la vuelta con gran lentitud y le dijo sin desafinar una sola nota:
            -Canto a la vida porque hoy vuelvo a disfrutar; canto a la vida porque hoy me permite cantar.

Tras esas palabras Tom emprendió el camino de regreso a su hogar.

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