En una de las calles
que conducía al centro de la ciudad había un banco de madera, algo desgastado
por el efecto del sol. Allí todas las mañanas un señor mayor, de unos ochenta
años, se sentaba y hablaba solo. Muchos le hubieran tildado de loco, sin
embargo, la gente del lugar lo conocían perfectamente. Se trataba de Tom
Roldins, un hombre solitario y sin descendencia que vivía en aquella ciudad
mucho antes de que llegase la industrialización.
Tom vivía en una casa a
las afueras de la ciudad que había sido heredada por su familia. A expensas de
la lejanía, todas las mañanas, puntual como un reloj Tom se sentaba a las nueve
de la mañana junto con los primeros rayos de sol y cantaba. Nadie sabía por qué
cantaba solo en ese banco, sin embargo, lo que no podían evitar era detenerse
unos minutos de camino al trabajo para escuchar el canto de Tom. Y, es que a
pesar de su avanzada edad, el señor Roldins poseía una voz dulce y angelical;
los rumores decían que había sido cantante en su juventud pero nunca pudo
mostrar su don al resto del mundo por culpa de la guerra.
Tuvo que ser un
extranjero, que desconocía la existencia de Tom, quien se atreviese a sentarse
en su banco minutos antes de su llegada. Se trataba de un chico joven, con una
tez pálida que, poco acostumbrado a ese clima caribeño, decidió tomar los
primeros rayos del sol. En cuanto Tom tomó asiento a su lado el joven le saludó
educadamente a lo que el anciano le respondió con un «Buenos días» en do mayor.
El chico sonrió y volvió la mirada al sol. No pasaron más de dos minutos hasta
que descubrió de primera mano que estaba al lado de un profesional del canto. Pensó
que debía tratarse de alguna broma, después, que ese hombre estaba demente y,
al final, su mente quedó en blanco mientras escuchaba la voz de Tom.
Solo cuando terminó la
última estrofa del soneto, donde Tom le relató las cosas buenas de su vida, quedaron
en silencio. El joven le observaba sorprendido a la vez que el anciano le
miraba apacible; varios transeúntes retomaron su paso hacía el trabajo. Tom se incorporó
del banco e hizo un esfuerzo por ponerse de pie. Fue entonces cuando el chico
se armó de valor para preguntarle por qué cantaba. Tom se dio la vuelta con
gran lentitud y le dijo sin desafinar una sola nota:
-Canto
a la vida porque hoy vuelvo a disfrutar; canto a la vida porque hoy me permite
cantar.
Tras esas palabras Tom
emprendió el camino de regreso a su hogar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario