viernes, 2 de junio de 2017

Relato: Retazos de una vida VI


Hoy os traigo el último capítulo de la serie Retazos de una vida, si te falta por leer el primero, segundo, tercero, cuarto o quinto. No olvides hacerlo para estar al día.



Ronald no podía parar de pensar en lo que le había contado su casero, esa mujer lo había perdido todo, y aun así continuaba con su vida fuerte como un roca. Aquella misma noche, Ronald preparó una cena para dos y tocó la puerta de su vecina cargado con dos platos llenos de arroz con habichuelas.

En la puerta se esbozó la misma figura esquelética arrugada que tenía por vecina, le analizo de arriba abajo para poder reconocerle.

            -Hola. ¿Se puede saber qué quieres a estas horas? -reprochó ella.
            -Perdona pero he preparado un plato de mi país y quería que lo probases.

            Marga reflexionó sus palabras.

            -Muchas gracias, eres un sol. Pasa, pasa. Voy a preparar la mesa.

La señora se desvaneció entre la oscuridad del pasillo, después vio iluminarse una luz al fondo y se oyeron unos ruidos metálicos. El olor a rancio ya no estaba pero el salón seguía patas arriba como la última vez que estuvo; apartó dos cajas de cartón llenas de polvo para dejar los platos de comida sobre la mesa.

            -Estaba limpiando, por eso está todo así. -escuchó a sus espaldas.

Marga iba cargada con cubiertos, vasos y servilletas. Ronald le ayudó y preparó el espacio necesario sobre la mesa. Ella inspeccionó la comida con una cara de sorpresa y asco justo antes de empezar a cenar.

            -Esto está mejor de lo que parece. -dijo Marga después del primer bocado-. ¿Cómo has dicho que se llama?
            -Es arroz con habichuelas, mi mamá me lo hacía mucho allá en Cuba.
            -Pues parece un guiso como los que yo hago. A mi hijo le gustaría…
            -Es un alimento muy sano. -dijo intentando cambiar el tema de la conversación.
            -¿Sabes? mi hijo es de tu edad, cuando venga te lo presentaré.
            -Vaya sí…, eso estaría bien. -dijo al verse en un callejón sin salida.
            -Se parece mucho a ti.
            -Qué casualidad… -De aquí ya no salgo, pensó Ronald.

Aquella conversación provocó que una gota de sudor frío recorriese la frente de Ronald mientras se cuestionaba si había sido una buena idea ir a cenar.

            -Roberto, ¿te saco ya los postres? -dijo Marga.
            -Emm, -Dudó sobre lo que estaba pasando-. Señora, yo me llamo Ronald.
            -No digas tonterías, Roberto. Esta tarde he preparado unos flanes de esos que tanto te gustan, voy a por ellos. -Marga se levantó dejando el plato prácticamente intacto.

Al cabo de unos minutos Marga volvió con dos flanes envueltos en papel. Los dejó encima de la mesa a la vez que Ronald continuaba con su cena hasta que un extraño aroma agrio inundó la habitación. Dejó la cuchara a un lado y al buscar el vaso vio algo en el flan.
Lo agarró y la superficie del flan tembló con el movimiento. Entonces el desagradable olor fue mayor.

            -Venga Roberto, no lo mires tanto y pruébalo. -dijo mientras introducía una cuchara en el recipiente.

En ese preciso instante Ronald pudo ver como de la grieta surgía vida, ni más ni menos que un tropel de larvas comenzó a pelear contra la cuchara. Un líquido viscoso y blanquinolento brotó de entre todo ese jolgorio aumentado el hedor. Ronald tuvo que dejarlo a un lado para vomitar en el suelo de aquel salón desastrado.

            -¡Ay! Roberto, ¿qué te pasa? ¿Ya no te gusta...?

Sin responder a su pregunta, Ronald salió disparado de la casa con un pañuelo de papel en la boca. Entró en casa sin ver cuál era la reacción de su vecina y cerró con un portazo. Lo primero que hizo fue lavarse completamente hasta hacer desaparecer el tufo nauseabundo que arrastraba. Su apetito se había desvanecido y dudaba que algún día regresase. Mientras terminaba de secarse con la toalla tomó la decisión de ignorar a Marga; desde aquel día solo se dedicaría a su vida. Sin volver a intentar ayudar a aquella anciana que paseaba por la delgada línea entre la locura y senilidad.

Del baño se metió en la cama; se resguardo entre las sábanas y rezó para olvidar aquella noche. Se colocó en el lado izquierdo de la cama, cerró los ojos pero el recuerdo del flan volvió a acosarle. Probó en el lado derecho sin tener mayor éxito; también boca arriba pero olió la peste por algún rincón de la habitación que estuvo a punto de provocarle más nauseas. Optó por tumbarse boca abajo y oler el aroma a suavizante de la almohada  hasta dormirse.

En mitad de la noche Ronald abrió los ojos. Por el grado de oscuridad discernía que se trataba de la madrugada. Todavía somnoliento quiso continuar con el sueño y se volteó a la derecha topándose con algo. Con la mano izquierda palpó aquel extraño bulto.

            -Roberto cariño, ¿te encuentras mejor? -oyó.

Ronald no podía creerlo; allí estaba Marga dentro de su cama en camisón. ¿Cómo había entrado a su habitación? Ni lo sabía ni quería saberlo solo quería desaparecer de aquel lugar y no volver a ver a esa condenada vieja. Saltó de la cama con ropa interior y corrió hacía la puerta; estaba atrancada. Usó todas sus fuerzas para abrirla pero fue inútil.

            -¿Se puede saber qué quieres de mí? -gritó Ronald.
            -Cariño no te pongas así, solo me preocupo por ti, no quiero que te pase nada…
            -¡Déjeme en paz!
            -No grites, aquí no te puede oír nadie…

Notó cierta lucidez en sus palabras y entonces recordó que esa habitación estaba insonorizada.

            -¡Abre la puerta! Me voy a marchar de aquí para siempre.
            -No, Roberto. -Su expresión afable cambió-. No pienso dejar que vuelvas a dejarme sola, a partir de ahora estaremos tú y yo juntos como antes.
            -¡Usted está loca! ¿Me oyes? ¡Loca! -gritaba a la vez que aporreaba la puerta.

Marga se recostó sobre la cama, se calzó sus pantuflas y se acercó hasta Ronald colocándole la palma de la mano en la espalda mientras le susurraba por detrás:

            -Cariño, ya eres mío.

Ronald se deshizo de su agarre con un manotazo y corrió hacía el otro extremo del dormitorio. Se dio la vuelta y vio a Marga de pie en la puerta con una extraña sonrisa. La única opción que se le presentaba era un ataque directo y luego buscar la forma de escapar. Cuando iba a lanzarse para reducir a la anciana sus piernas perdieron las fuerzas tirándolo al suelo. El resto del cuerpo comenzó a flojear esfumando toda la vitalidad que tenía.

            -¿Qué…qué me has hecho? -logró articular.

Sin embargo, Marga no respondió a su pregunta; la vista se fue nublando mientras observaba una negra sombra encorvada acercarse desde la puerta.


FIN.

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