lunes, 3 de abril de 2017

Relato: Vida nueva






Días tenebrosos aguardaban, ellos lo sabían, el clima se lo anunciaba a viva voz pero nadie se atrevió a dar un paso al frente. Por inamovilidad el mundo quedó sumido en un terrible caos donde solo unos pocos se convirtieron en los nuevos amos y señores del planeta. Decidieron dejar atrás los errores del pasado para formar un nuevo mundo en paz y armonía con la naturaleza. Todos los niños y recién nacidos recibieron los nuevos valores establecidos.

Desde algunos de los adultos surgieron voces de discrepancia; deseaban volver a su época pasada con todos sus lujos y comodidades. Cada mes organizaban debates alrededor de sus compañeros para explicarles cómo podían desarrollar proyectos “sostenibles” donde vivir como antaño sin dañar el ecosistema. Cada debate era acallado por el resto de ciudadanos, no querían volver a oír ninguna palabra relacionada con el mundo pasado que tantas desgracias trajeron. Siempre les respondían que debían agradecer esa segunda oportunidad para corregir sus errores.

Las voces fueron más fáciles de acallar que las ideas. Algunos de los adultos terminaban los debates con miradas insatisfechas y volvían a sus casas donde podían pasar horas, incluso días, sin salir. Su comportamiento comenzó a preocupar al resto de vecinos que temían por la expansión de sus lúgubres ideas a los demás habitantes. En una de las reuniones nocturnas delante de la fogata, muchos expresaron el descontento con los que ansiaban revivir los recuerdos del viejo mundo. Y, en una votación popular, salió por unanimidad la expulsión inmediata de éstos.

Al recibir la noticia su enfado fue más que evidente, no solo habían rechazado sus ideas progresistas sino que también les rechazaron a ellos. Recogieron sus pertenencias y descendieron a lo que un día fue una ciudad súperpoblada. El resto de ciudadanos los consideraron muertos a los tres días de su salida. A los tres días continuaron con sus vidas cotidianas mientras el tiempo pasaba y la aldea crecía, convirtiéndose en una simbiosis con la naturaleza, sus cuerpos se fortalecieron por la actividad diaria, crearon pequeños huertos a las afueras de la aldea. Los billetes dejaron de ser la moneda de cambio para convertirse en los encendedores de las fogatas, el trueque se convirtió en la única forma de pago. La población se adentró cada vez más en el corazón de la montaña, perdiendo todo contacto con cualquier civilización pasada.

Las siguientes generaciones florecieron hasta que un día, la curiosidad de un adolescente, fue tan grande que le incitó a visitar el viejo mundo. Desde niño esa curiosidad le hizo indagar e investigar en el consejo de ancianos, quería saberlo todo, cómo vivía antes la gente, qué diferencias había entre ellos pero muy poca fue la información que recibió al respecto.

            -Era un mundo tóxico donde la gente estaba cegada por sus caprichos. -le dijo el anciano de la izquierda
-Mataban millones de animales para comérselos y muchos terminaban en los contenedores de basura. -dijo la anciana.
-Contaminaron todo a su alrededor hasta que se mataron a sí mismos. -sentenció el anciano de la derecha.

Con aquella información el joven imaginó un mundo oscuro y atroz donde las personas corrompidas por su ego mataban animales solo por placer, maltrataban a la madre Tierra hasta que fue demasiado tarde para corregir sus propios errores. Su curiosidad por el mundo antiguo menguó al conocer los fallos de sus antepasados. Un día mientras el joven se encargaba de ordeñar su cabra para desayunar escuchó unas voces procedentes del río, algunas de las madres charlaban entre ellas.

-¡Cómo echo de menos Internet! -dijo una.
-Sí, es lo único que me gustaría volver a tener. -dijo la otra.

Internet… pensó el chico, era una palabra desconocida para él. Debía ser algo bueno si lo añoraban. Por ello, acudió al consejo de sabios para averiguar el significado de aquella misteriosa palabra.

-Conectaba a personas de dos extremos del planeta. -dijo el anciano de la izquierda.
-Contenía toda la información que puedas imaginar. -dijo la anciana.
-Fue el culpable de todos nuestros males. -sentenció el anciano de la derecha con las llamas del fuego iluminando sus arrugas.

La curiosidad del chico tomó la decisión final y, esa misma noche, preparó su bolsa de viaje desapareciendo sigilosamente de la aldea para encontrar el Internet. Caminó ladera abajo guiándose solo por la luz de la luna y el recuerdo del camino al pastorear con su cabra. Pero al llegar al final del camino, los arbustos invadían el camino y tuvo que abrirse paso con sus brazos desnudos mientras sentía los arañazos de las ramas, era obvio que ese camino llevaba años sin ser utilizado.

El cielo negro y estrellado se tiñó cian cuando la luna se despidió por el oeste y el sol despertó por el este. Con la luz de los primeros rayos de sol el chico divisó una mole de piedras apiladas unas encima de otras dando formas rectangulares, parecían tocar el cielo. Nunca antes vio una cosa similar, pronto comprendió que aquello debía ser la vieja ciudad. Sintió como el suelo dejaba de estar terregoso para convertirse en una gran mancha negra dura como las rocas. Estaba sorprendido ante aquella nueva visión pues siempre imaginó el mundo como su aldea: verde, con animales correteando y el incansable sonido del río. Realmente el aspecto del viejo mundo era tenebroso, los colores grises predominaban en las montañas fabricadas por la mano del hombre. A medida que se aproximaba siguiendo el camino negro las imponentes estructuras de la lejanía se agrandaban hasta tal punto que el joven sentía vértigo al mirar la cima de las antiguas construcciones.

Al entrar a la ciudad las gigantescas estructuras quedaban a los laterales como guardianes del viejo mundo. El olor de la ciudad también era totalmente diferente a la aldea, desprendía olor a huevo podrido. Tuvo que taparse la nariz con un pañuelo para poder respirar sin sentir nauseas del lugar. Todo estaba desierto, el ruido de sus pasos resonaba en el eco provocado por la soledad, pensó que iba a resultarle muy complicado encontrar ese Internet sin la ayuda de nadie. A medida que se adentraba en el centro de la ciudad podía sentir como el olor aumentaba dificultándole cada vez más la respiración pues atravesaba su pañuelo; finalmente las náuseas vencieron y vomitó. Sintió como el aire tóxico de la ciudad penetraba en sus pulmones provocándole un plácido sueño tumbado en mitad del camino.

Imaginó como debía ser el mundo antiguo, tal y como se lo contaron los ancianos, miles de personas iban y venían, atareados con sus quehaceres y, él, allí tirado sin recibir ayuda, la gente del viejo mundo le esquivaba como podía para alcanzar lo antes posible sus intereses. De pronto vio una chica salir entre el gentío mirándole, era distinta al resto, en sus ojos podía apreciarse preocupación. Ella era pelirroja, llevaba una trenza, ojos verdes y la cara llena de pecas, delgada como un palo, vestía un ropaje totalmente distinto al resto, se aproximó a él y le susurró unas palabras al oído que no pudo comprender porque ya había perdido la conciencia.

Se despertó flotando en el fondo del océano, todavía con el olor a huevo podrido en la nariz, el chico braceó hacía la superficie del mar, en cuanto sacó la cabeza dio varias bocanadas de aire, nunca antes había sufrido la ausencia de oxígeno con tal magnitud. Al abrir los ojos vio que no estaba en el océano sino en una laguna artificial, enfrente se encontraba la chica pelirroja de su sueño mirándole con una sonrisa.

            -¡Papá, ya se ha despertado! -vociferó la joven.
            -¿Dónde estoy? ¿Quién eres? -se apresuró a decir el chico.
            -No te preocupes, te pondrás bien. Has estado expuesto a la toxina de la ciudad, tienes suerte de que te hayamos encontrado mientras buscábamos comida. -le dijo tendiéndole la mano para sacarlo del agua.
            -¿Qué hago en esta charca?
            -No es una charca -dijo riendo-, se llama piscina.
            -Sí, te hemos metido allí para despertarte. -dijo un señor que apareció por una puerta.
            -Es mi padre.
            -Hola, pensaba que nadie vivía en la ciudad. -dijo el joven confuso.
            -El núcleo de la ciudad sigue siendo tóxico, nosotros estamos a las afueras. Aquí la contaminación nunca llegó.
            -Yo vengo de la montaña. Oí hablar de Internet y quería conocerlo.
            -¿Tú vienes de la montaña? ¿Lograsteis sobrevivir allí arriba? -preguntó desconcertado el padre.
            -Sí, ¿Conoces la montaña?
            -Yo no, mis padres fueron expulsados de la montaña y vinieron a vivir aquí, murieron hace unos años por la toxina.
            -Por cierto… -dijo la joven curiosa-, ¿qué quieres decir con eso de conocer a Internet?
            -Escuché a unas mujeres de la aldea decir que Internet era una de las mejores cosas del viejo mundo y bajé para conocerlo.
            -Ven te lo presentaré. -dijo la chica riendo.
            -Carol, no te rías de él. -le reprendió el padre.

Entraron al interior de su hogar, nada tenía que ver con su casa de la aldea, allí las paredes eran blancas y entraba la luz del sol a borbotones, la casa estaba llena de pasadizos que conducían a pequeñas salas, de no haber sido porque Carol le mostró el camino se hubiese perdido en ese laberinto pensó el chico.

Al fin, la chica se detuvo enfrente de una puerta, cuando la abrió el joven pudo ver una mesa con un extraño aparato que desprendía luz.

            -¿Eso es Internet? -preguntó el chico.
            -Eso es un ordenador, Internet está dentro.
            -¿Cómo? -No comprendía absolutamente nada de lo que ella decía.
            -Es complicado de explicar -meditó unos instantes-. Ven te lo enseñaré.

Carol tomó asiento y el chico hizo lo mismo. Ella comenzó a tocar botones mientras la pantalla cambiaba las luces y colores. Le mostró imágenes que no entendía, le hablaba de otras ciudades con Internet. Cuando de pronto se comenzó a hablar sola con una imagen del ordenador.

            -¿Por qué hablas con el ordenador? -preguntó el joven asustado.
            -¡No estoy hablando con el ordenador! Este es James, un amigo que vive en otra ciudad.
            -¡Hola! -dijo el ordenador.
El joven dio un salto hacia atrás y se colocó en guardia.
            -¡Tranquilo! No pasa nada. Esto es Internet, podemos hablar con otras personas que no están aquí.

Al oír aquellas palabras recordó que uno de los ancianos le dijo algo parecido sobre Internet. Sin embargo, le vino otra cuestión a la mente.

            -¿Existen más personas?
            -¡Por supuesto que sí! -dijo la imagen del ordenador dándose por aludido.
            -James hablamos mañana, tengo que seguir con mi invitado. -dijo con mucho retintín.
Carol dejó la pantalla del ordenador en negro y se volteó hacía el joven.
            -Eso que acabas de ver es una de las cosas que se pueden hacer con Internet. -dijo Carol.
            -¿Quieres decir que existen más personas aparte de nosotros?
            -¡Claro que sí! No somos muchos, apenas un puñado de colonias por estos alrededores pero pensamos que debe haber más como nosotros por todo el mundo.
            -¡Es increíble! en nuestra aldea siempre nos dijeron que estábamos solos, que nada sobrevivió, tengo que explicarles la verdad. -dijo el joven entusiasmado.
            -No es necesario que vuelvas allí. -sugirió el padre que había estado escuchando toda la conversación desde la puerta-. Aquí hemos desarrollado una vida sostenible y puedes quedarte a vivir.
            -Muchas gracias, pero en la montaña están todos mis seres queridos. Les contaré todo lo que he visto y vendremos aquí para usar vuestro Internet. -dijo alegre el joven.
            -Está bien, estaremos encantados de recibiros siempre que queráis. -aceptó el padre.

El joven salió por la puerta a toda prisa y tomó rumbo directo hacia la montaña, los tonos grises y negros de la ciudad se fueron intercambiando por colores verdosos a medida que se aproximaba a la montaña. El olor nauseabundo se difuminó con el olor a pastos frescos. Reconoció el camino que había dejado entre los helechos al llegar a la ciudad y continuó sobre sus propios pasos para volver a la ruta de la aldea. A medida que se acercaba a su hogar podía escuchar el sonido del riachuelo transportando agua con el canto de los pájaros.

Cuando llegó a escasos metros de la aldea observó que la rutina habitual había sido alterada. Los hombres que normalmente se encargaban de trabajar el huerto y recolectar comida patrullaban los alrededores; las casas siempre con las puertas abiertas de par en par, ahora estaban cerradas a cal y canto.

            -¿¡Tú quién eres!? -escuchó tras de sí.

El joven se dio la vuelta y vio a uno de sus vecinos apuntándole con una horca a la cara.

            -Soy yo. -dijo el chico asustado.

Las facciones del aldeano se relajaron y sus hombros bajaron dejando caer el arma al suelo.

            -¡Gracias a Dios que estás bien! Estábamos muy preocupados por ti. ¡Chicos ya le he encontrado! -gritó el aldeano.

Uno a uno, los vecinos fueron saliendo de sus casas y se aproximaron al joven con gesto preocupado mientras le preguntaban  dónde había estado. El chico tenía muchas ganas de contar todo lo que había descubierto pero una voz autoritaria le interrumpió.

            -¡Apartaos! -Se abrió un camino entre la multitud dejando a la vista la cabaña de los ancianos, la anciana madre estaba en la puerta-. Joven ven adentro y cuéntanos lo sucedido. -Luego desapareció en la oscuridad del interior.

El joven siguió sus pasos y se adentró en la cabaña, en el interior le aguardaban los tres ancianos sentados sobre sus piernas.

            -Está bien, chico. Siéntate y dinos qué ha pasado.

Él se sentó de rodillas y comenzó a explicarles todo lo sucedido. Como decidió ir a la ciudad, el aspecto que tenía la ciudad, el extraño sueño que tuvo rodeado de personas, como esas personas le ayudaron a sobrevivir a la toxina y, lo más importante de todo, había conocido Internet y había descubierto que vivían más personas como ellos en el resto del mundo.

Al acabar de contar la historia, los tres ancianos se miraron con gesto serio pero sin moverse lo más mínimo.

            -Eso que nos cuentas es muy interesante, chico. Creíamos que allí abajo ya no vivía nadie. Tendremos que estar alerta…
            -¿Alerta? -preguntó frunciendo el ceño-. Ellos no son ningún peligro, solo quieren ayudarnos.
           
-Está bien, no digas nada más. -sentenció el anciano de la derecha-. Ya has hecho suficiente.
            -Esto no puede salir de aquí… -murmuró el anciano de la izquierda.

De pronto el joven escuchó el zumbido de un mosquito y sintió un leve picotazo en su cuello. Desvió sus ojos hacia a la anciana que le apuntaba con una cerbatana. A los pocos segundos su visión comenzó a nublarse sintiendo como la energía le abandonaba lentamente hasta desplomarse.

            -Diremos que la toxina de la ciudad le mató. -Fueron las últimas palabras que el joven pudo escuchar de la anciana antes de perder el sentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario