Ya tenemos aquí el segundo episodio de Noche en el colegio. ¡Si todavía no has leído el primero no olvides hacerlo!
Estoy
en los baños masculinos, hay tres váteres con puertas verdes y marcos
amarillos, cuatro lavabos con los
espejos sucios y tres urinarios clavados en la pared. Cierro la puerta del baño
y me dirijo a uno de los lavabos para lavarme la cara, sigo alterado por la
carrera que acabo de realizar. Pulso el botón del grifo y meto la cabeza en el
chorro de agua mientras me empapo la nuca con agua fresca. Al cerrarse el grifo
automáticamente, escucho chirriar la puerta del baño y percibo unas pisadas
descalzas, no veo nada por el espejo. Me quedo paralizado, siento mis propias palpitaciones,
me pongo de cuclillas con las manos en la cabeza, en el único movimiento que
consigo realizar.
Oigo
aproximarse las pisadas detrás de mí, me giro despacio sin perder la postura, y,
mirando al suelo, veo dos pies que se colocan delante de mí. Son muy extraños, muy
peludos y las piernas están demasiado arqueadas. Siento su respiración con un
vapor caliente en mi nuca acompañada por una risa tonta. Cierro los ojos con
todas mis fuerzas y rezo para mis adentros “Vete, por favor. Vete, por favor.
Vete, por favor…” hasta perder la cuenta y el sentido de lo que estoy diciendo.
Vuelvo a abrir los ojos lentamente. Las piernas han desaparecido.
Poco
a poco recupero mi postura natural, vuelvo a estar solo en el baño. No tiene ningún
sentido lo que me está pasando, ¿por qué estoy en el colegio de noche? ¿Por qué
me están pasando esas cosas tan extrañas? Ya no me importa encontrar a nadie
más allí, lo único que deseo es salir y volver a mi casa para meterme en mi
cama y olvidar toda esta maldita pesadilla.
Salgo
de los baños y me dirijo a la puerta principal, intento abrirla, está cerrada.
Miro a mi alrededor buscando algo para poder abrirla, veo una sillita apoyada
en la pared y pienso en lanzarla contra la pared para romper la cristalera o golpearla
con la intención que alguien lo escuche. Intento levantar la sillita para
tirarla pero no tengo fuerzas, está incrustada al suelo, no puedo moverla ni arrastrarla.
Desisto en mi patético intento de escapar por la puerta principal.
Recuerdo
otra puerta en el patio exterior, donde mi abuelo me esperaba todas las tardes
para recogerme cuando era un niño antes de fallecer. Salgo hacía el patio, a mi
izquierda están las pistas de fútbol y baloncesto, a mi derecha, el gimnasio y
la puerta de salida. Camino aprisa hasta llegar a la puerta pero tiene una
verja metálica cerrada.
En
la calle de enfrente, veo un grupo de tres mujeres charlando entre ellas. Les
grito para que me ayuden, no escucho mi propia voz, es extraño. Ellas se dan la
vuelta hacía mí, las reconozco son las madres de mis compañeros de clase, las
vuelvo a llamar emitiendo silencio. Ellas se percatan de mi presencia, me miran
desconcertadas, una dice algo al resto que no consigo entender y todas
comienzan a reír a carcajadas pero ninguna se mueve para ayudarme.
Cansado
de gritar, opto por encontrar otra forma de escapar. Viene a mi mente la idea
de buscar llaves en la conserjería que me sirvan para salir. La conserjería es
un pequeño habitáculo situado al lado de la puerta principal, recuerdo al
conserje ocupando un tercio del espacio él solo. Vuelvo a entrar al edificio
por la entrada que comunica con las pistas, la luz del exterior me ha cegado y
vuelvo a verlo todo negro, camino con los brazos estirados para evitar chocar
con la pared o alguna columna. Ando a tientas por la penumbra hasta toparme con
una puerta, decido entrar. En el interior, un hilo de luz anaranjado descendente
me ayuda a distinguir dónde me encuentro; estoy en el baño de las niñas, es
diferente al de los niños. Éste está formado por un largo pasillo, el lado
izquierdo está repleto de puertas, con retretes en su interior y en el lado
derecho del pasillo se encuentran los lavabos con espejos.
Doy
un rápido vistazo a todo el interior del baño pero no hay nada de interés, me
dispongo a salir cuando me parece oír el llanto de una niña. Pregunto si hay
alguien ahí y el llanto cesa, todas las puertas están cerradas y no puedo ver de
dónde proviene. Camino lentamente hasta el final de los baños pero no oigo nada
más, de modo que salgo de allí.
Continuará...
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