Miro a mi alrededor sin
ver nada. Me levanto del suelo y ando en línea recta, el paisaje se repite en
un compuesto árido y desértico. La luz es nocturna, solo la luna llena me
ilumina escasos metros delante de mí. Cada paso que doy en la arena descubro el
mismo paisaje, tras un largo tiempo siguiendo la misma dirección veo en la lejanía
un extraño montículo, que nunca consigo alcanzar, es como si una barrera
invisible nos mantuviese alejados.
Observo la luna en el
horizonte, ha menguado desde que me puse en marcha, sigue en el mismo punto
donde estaba al principio. Decido detenerme unos instantes mientras reflexiono
sobre cuáles serán mis próximos pasos, el montículo sigue en su lugar, media
luna me sonríe con el resto de sus compañeras las estrellas. A mi alrededor no
puedo apreciar nada más, solo oscuridad. Rodeo el montículo buscando la forma
de acercarme, camino por la izquierda, con cada paso veo el montículo encoger quedando
plano como una hoja de papel, justo cuando el montículo desaparece ante mis
ojos avanzo hacía él.
Doy unos pasos a la
derecha y el montículo vuelve a aparecer delante de mí. En ese momento observo que
se trata de un pozo rebosante de agua negra. Me asomo al pozo y veo el reflejo
de la luna menguada, solo queda un cuarto de luna iluminado, junto con la
sombra de mi cabeza. De pronto, la imagen del pozo se transforma mostrando un
niño amamantado por su madre. El bebé empieza a gatear mientras su cuerpo crece
tambaleándose para ponerse de pie hasta convertirse en un niño que juega al
escondite con su madre. El niño corre para esconderse detrás de un árbol y,
mientras espera a ser cazado, se convierte en un adolescente desgarbado que
evita todo contacto con su madre. Pasa las horas encerrado en su habitación con
la música a todo volumen ignorando los golpes en la puerta y los gritos que le
piden detener la música. Cuando el chico decide salir de su habitación se observa
delante del espejo transformado en un hombre adulto que deja atrás la casa de
su madre para emprender el vuelo a una nueva vida. Empieza a trabajar en un
empresa como contable, los días pasan y allí conoce a una mujer, morena, alta,
delgada y una sonrisa que le deja sin palabras. La imagen cambia para mostrar a
la pareja en casa cuidando de un bebé, es una niña idéntica a la madre, el
padre observa encandilado a su mujer sosteniendo al bebé. Veo caer unas gotas
en el pozo que difuminan la imagen, levanto la cabeza hacía el cielo pero no
llueve, se ven todas y cada una de las estrellas del firmamento. Al tocarme la
cara me percato de que esas gotas provienen de mis ojos, seco las lágrimas con
mi brazo y continúo mirando el pozo.
El bebé crece hasta
convertirse en una adolescente cuidadosa que ayuda a sus padres en casa y se
esfuerza por aprobar sus estudios. Los padres la observan orgullosos hasta que
un buen día lleva a casa un chico desaliñado y con aspecto rebelde. Su padre
enfurece y le grita, ella le devuelve el alarido mientras la madre observa
desconsolada el panorama. La chica desaparece de la escena con el chico dando
un portazo a sus espaldas, pasan las horas y no regresa, el padre decide salir
a buscarla en mitad de la noche. Apresurado corre por las calles gritando algo
que no puedo escuchar a través del agua, de pronto un fogonazo de luz ilumina
el pozo cegándome por completo. Cuando recupero la visibilidad vuelvo a mirar
el agua y veo a la madre junto a su hija llorando delante de una lápida. La última
imagen que muestra es el padre inclinado delante de un pozo observando su
propio reflejo.
Levanto la mirada al
cielo, solo un hilo de luz queda donde se encontraba la luna, desaparece
dejando una mancha oscura en el cielo que engulle todas las estrellas y se
expande hasta llegar al suelo, avanza sin detenerse tragándose el pozo y dejándome
en mitad de la nada. He tenido una buena vida es el último pensamiento que
viene a mi mente antes de tornase todo negro.
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