martes, 18 de abril de 2017

Microrrelato: Dominguero




¡Bendito domingo! El sol brilla desde lo alto del cielo azul, las chicharras cantan armoniosamente, el aire sahariano envuelve mi cuerpo como una pesada manta. Delante de mí metros y metros de arena que terminan bajo las olas del mar. Varios grupos se dispersan por aquí y por allá, encuentro un claro donde montar mi campamento, es la primera vez que voy solo a la playa, pero con el espléndido día era inevitable ausentarse.


Familias vigilan a sus hijos jugar por mi alrededor, tumbado en mi toalla me embadurno con crema solar, es mi primer día en la playa y mi color de piel es de un blanco radiactivo. Saco Los pilares de la tierra de la bolsa, lo abro por el marcapáginas y paso a formar parte de otro mundo donde los personajes se presentan ante mí como si fuesen reales. Llegado a cierto punto mi espalda me avisa que he llegado al grado de tueste óptimo y, al darme la vuelta veo a un palmo de mí una chica dejando en la arena sus cosas. Pelo castaño, largo y ondulado danza al son de la brisa del mar, un pareo blanco con flores azules insinúa un cuerpo perfecto que vuelve a darme la razón cuando se despoja de él; un bikini negro y morado abraza su cuerpo celestial.

Las gafas de sol me impiden distinguir el color de sus ojos pero sus labios me indican que tiene una de las mejores sonrisas que he visto en años. No sé cuánto tiempo pierdo mirándola por encima del tosco bloque de páginas que tengo por libro pero salgo de mi asombro cuando mi corazón se acelera al verla convertida en mi vecina de playa. Unas gotas de sudor comienzan a descender por mi frente, no sé si fruto del calor o por culpa de mis pensamientos. Necesito urgentemente un chapuzón con agua fría para quitarme esos calores infernales, cierro el libro y lo dejo encima de la toalla, me levanto mientras lanzo una mirada analítica a todo su cuerpo, para apreciar una vez más esa maravilla. Me zambullo en el mar, una sensación de frío recorre toda mi piel dejándome sin respiración durante unos segundos. La sal del agua se clava en mis ojos arrancándome unas desagradables lágrimas y algo que no consigo diferenciar pincha mi pie provocándome una cojera ridícula.
Salgo de mi trágica aventura marina como un náufrago de guerra, cojeando y con ojos llorosos llego a mi toalla. Me siento inspeccionando la planta del pie para encontrar un resquicio por donde se desprende un hilo de sangre.

            -¿Estás bien?
            -Me he cortado con algo.  -digo apesumbrado.
            -Ten límpiate la herida con esto. -Veo una mano femenina asomar por mi derecha con una botella de agua mineral.

Levanto la vista para ver a mi vecina ofreciéndome primeros auxilios, esto debe ser un sueño. Alcanzo el agua y elimino todo rastro de arena, en pocos minutos la sangre deja de brotar.

            -Ahora está mucho mejor. -sonríe ella.
            -Sí, muchas gracias. -logro articular mientras le devuelvo el agua.
            -Bueno, ¿qué te parece?

Sus palabras me atolondran.

            -¿Qué…qué quieres decir?
            -El libro, he visto que estás leyendo los pilares de la tierra, yo me lo leí el verano pasado.
            -El libro… bien, me gusta.
            -¿Solo eso?
            -Lo cierto es que… al principio, me hice un lío con todas las historias que presentaba pero -a medida que hablo mis palabras dejan de amontonarse en la boca para salir con fluidez- ahora que llevo medio libro leído estoy muy enganchado, me paso el día entero esperando a que llegue el momento de poder leer un capítulo.
            -A mí me pasó algo parecido -dice ella riendo-. Es mi libro favorito.
            -¿Sí? Pues no me hagas ningún spoiler. -Odio que la gente haga eso.
Ella rompe a reír emitiendo un ronquido muy humano.
            -No te preocupes, yo también odio los spoilers. Mataría a más de uno por hacerlo. -Ahora me gusta más.

Levanta sus gafas mostrando unos ojos color café, tiernos y dulces que se me clavan hasta la médula. Simplemente me quedo sin palabras.

            -¿Qué te pasa?
            -Na-na-nada. -tartamudeo.
            -Eres muy peculiar, ¿sabes? Eso me gusta, la mayoría de chicos que conozco son bastante estúpidos.

¿En serio? Esa es la impresión que le estoy dando, así lo voy a tener jodido…

            -Me lo suelen decir bastante…
            -No te preocupes, no es malo, a mí no me gusta lo ordinario.

Cada palabra que dice me engancha más y más, en toda mi vida nunca había encontrado a una mujer así.

            -Yo soy Luis -digo extendiéndole la mano; darle dos besos creo que sería un pecado.
            -Yo me llamo Macarena. -Ignora mi mano, se desplaza hacía mí para darme dos besos y sentarse en mi toalla.

Hablamos sobre muchas trivialidades, ella vive en un pueblo cercano y, como yo, no ha podido resistirse al espectacular día para venir a la playa. Me realiza un breve cuestionario para saber a si me gustan los animales, mi libro favorito y la pregunta que menos esperaba que me hiciera una mujer venida de otro mundo un domingo en la playa.

            -¿Tienes novia? -pregunta sin titubear.
            -¿Eh? No, yo no…
            -Qué bien... -susurra, luego mira su reloj- ¡Madre mía, qué tarde!
            -¿Tienes que irte ya? -digo con visible tono de decepción.
            -Sí, en una hora tengo que trabajar.

¡Joder! ¿Por qué todo me sale mal? Tengo que hacer algo antes de perder la oportunidad.

            -¿Quieres que nos veamos otro día? -digo a quemarropa, ella deja de recoger sus cosas quedándose en silencio asimilando mi frase.
            -Sí, claro. -dice finalmente medio alegre medio sorprendida.

Apunto su teléfono como si fuese el mayor tesoro de la historia en mi móvil, uniformada de nuevo con su pareo se despide de mí mientras la veo alejarse con un contoneo sensual sin terminar de creer lo ocurrido, creo que voy a necesitar otro chapuzón en agua fría.


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