Aquí llega el ansiado final del relato Noche en el colegio, si todavía no has leído el primero, segundo y tercer capítulo, ¿a qué estás esperando?
Subo
a la primera planta, todo está muy oscuro, no puedo distinguir las puertas que
antes había visto con claridad. Camino hacia delante, esperando tocar la pared
que me sirva de guía, pero tropiezo con algo. Deslizo el pie intentando
encontrar el culpable del tropiezo, aunque no encuentro nada juraría que
alguien me ha puesto la zancadilla. Por fin alcanzo la pared, la puerta de la
biblioteca está a la izquierda, desplazo cuidadosamente las manos hacía la
izquierda y voy levantando los pies paso a paso para evitar tropezar de nuevo.
Dejo
de sentir la fría pared de ladrillos y mis palmas notan otra textura más áspera
y cálida, ésta debe ser la puerta. Saco la llave de mi bolsillo y la introduzco
en la cerradura, doy un par de vueltas hasta oír el pestillo moverse.
La
biblioteca es la sala más grande del colegio el techo debe medir unos cinco
metros, en la pared de la izquierda hay estanterías enormes llenas de libros.
Al fondo de la sala hay un ventanal redondo por donde entra la luz ámbar de las
farolas iluminan todo el interior.
Nada
ha cambiado, tres escalones separan la puerta del suelo, al bajar mi pierna
dolorida se resiente. En el centro del aula hay seis mesas redondas con seis
sillitas en cada una, allí dábamos las clases de música y, en las horas libres,
los niños leían algunos de los libros. Siguen el escritorio y la pizarra donde
el profesor de música daba sus clases. Encima del escritorio veo un libro
abierto y me acerco para leerlo. Se trata de unas memorias que encargó el
colegio por su primer centenario, en él hay fotografías de las promociones antiguas.
Pero las fotos por donde está abierto el libro son muy particulares, son niños
que reconozco fácilmente; son mis compañeros de clase.
Me
doy cuenta de que sus cabezas están tachadas con una cruz de tinta negra. La
única cabeza sin esa cruz es la mía. Cojo el libro entre mis brazos y salgo de
allí deprisa para que su dueño no me vea. Cierro la puerta de la biblioteca con
llave y me dirijo a las escaleras cuando vuelvo a tropezar, esta vez me
desequilibro por completo, como si me diesen un empujón, y el libro sale volando.
Me doy contra la puerta del aula de informática con tal ferocidad que la puerta
se abre por el impacto.
En
el interior veo una luz blanca y azulada, echo un vistazo para ver de donde
proviene y observo que uno de los monitores de la segunda fila está encendido. Me
siento en la silla para leer qué es lo que aparece en la pantalla. Puedo ver
una imagen escaneada de un periódico, el titular dice: “Cierran colegio de
primaria por desaparición de alumnos…”. Escucho un portazo detrás de mí y me
giro rápidamente para ver quien ha sido, la puerta está cerrada pero no veo a
nadie. Supongo que será cosa del viento y sigo leyendo el artículo que me ha
despertado curiosidad. Este continúa: “una clase completa de secundaria ha sufrido
la desaparición de alumnos día tras día sin conseguir averiguar el paradero de
ninguno de ellos. El colegio ha sido clausurado mientras se investiga el suceso,
las autoridades no se explican cómo ha podido ocurrir algo tan terrible…”
Algo
me distrae de la lectura y, por instinto, levanto la mirada del monitor para
encontrarme la cara de un adolescente desfigurado, mirándome con una sonrisa de
lo más espeluznante. Mi primera reacción es echarme hacía atrás, esa imagen es aterradora,
no calibro con exactitud la fuerza y la distancia del impulso por lo que
termino balanceándome en exceso y cayéndome de espaldas mientras me golpeo en
la cabeza con la mesa de ordenadores que tengo detrás.
Ante
el alboroto el extraño ser sale corriendo de la habitación cerrando la puerta
tras de sí, solamente escucho sus pisadas y el portazo. Estoy algo aturdido por
el golpe y descanso unos instantes en el suelo mientras palpo mi cabeza para buscar
alguna herida, tengo suerte porque solo toco un chichón con los dedos. Al
recuperar el sentido me levanto, el ordenador está apagado, creo que es cosa de
ese extraño chico. No comprendo por qué pero esa monstruosa cara me resulta
familiar. Tras meditar profundamente sobre el asunto llega a mi mente un vago
recuerdo de los niños que iban a educación especial.
Mi
intuición me dice que debo buscar información en el aula especial. Me pongo en
marcha, la puerta está abierta. Es una habitación minúscula, solo tiene dos
pupitres y una estantería alta y estrecha con libros y carpetas. Rebusco entre
la estantería pero no hay nada de interés, solo hay ejercicios para niños. Miro
en el portalibros que hay debajo de los pupitres y, en uno de ellos, encuentro
un pequeño sobre con cinco fotografías, en ellas aparece el mismo chico de
antes. Está feliz, jugando con otros niños, estudiando muy concentrado en ese
mismo pupitre. Esas imágenes despiertan un recuerdo en mi cabeza, poco a poco
empiezo a recordar quien era ese pobre chico. Físicamente aparentaba tener la
edad de un quinceañero pero al conocerlo te dabas cuenta de su comportamiento
infantil, era un niño atrapado en un cuerpo de adolescente. A causa de eso
muchos niños, incluso menores, se burlaban de él y le gastaban bromas de mal
gusto. Un día, lanzaron su mochila a la copa del árbol más alto, el pobre chico
intentó subir para rescatarla con tan mala fortuna que cayó y se mató.
Salgo
de la clase, no hay nada más que pueda hacer ahí y voy hacía las escaleras para
buscar la forma de salir de aquel lugar. Miro hacia abajo buscando el libro que
antes había salido despedido y quedo alucinado con lo que veo. El suelo está
completamente encharcado de ese líquido sanguinolento que no cesa y, en el
centro de aquella siniestra escena, un corro de niños juega y baila empapándose
con ese fluido espeso. El corro deja de girar y, uno por uno, desvían su
atención hacía mí. Sus caras comienzan a ser conocidas, son los niños que había
visto en el aula con la profesora pero también son mis antiguos compañeros.
Cuando
pongo mi pie en el suelo húmedo la expresión de esos niños alegres y juguetones
se difumina en un rostro de odio abalanzándose sobre mí. Corro hasta el patio y
veo a un señor intentando abrir la verja. Sigo corriendo hasta llegar a la puerta,
le miro a la cara, es mi abuelo; él sigue forcejeando con la cerradura sin
mirarme.
-¡Abuelo!
¿Qué haces aquí? –digo perplejo.
-¡Joder!
¡No puedo abrirlo! ¿Por qué? ¡¿Por qué?! –dice él desesperado.
-Pero
¿qué está pasando? No entiendo nada.
-¿Por
qué tuviste que hacerlo?
-¿Hacer
qué?
-Por
qué tuviste que hacer todas esas maldades, ahora no te dejarán marchar. No
puedo ayudarte con esto ¡Joder! –dice con los ojos vidriosos y las yemas de los
dedos ensangrentados.
Nunca
antes había visto a mi abuelo con aquella cara de pánico y desesperación. Su
gesto de preocupación y dolor intentando ayudarme me dan una ligera noción de
lo que está sucediendo. De repente, siento varias manitas agarrándome por la
espalda y, con gran fuerza, me arrastran hacía la escuela. Veo como mi abuelo
rompe a llorar y su figura empequeñece. Yo le grito: “¡Lo siento mucho abuelo,
lo siento…!” pero creo que no me oye porque permanece forzando el cerrojo. El
paisaje del patio desaparece ante mis ojos y las grandes puertas se cierran ante
mis narices mientras la oscuridad lo inunda todo, esta vez no distingo nada.
Escucho pisadas a mi alrededor y percibo respiraciones acelerándose, creo que
ha llegado la hora de pagar por mis pecados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario