viernes, 21 de abril de 2017

Relato: Noche en el colegio IV

Aquí llega el ansiado final del relato Noche en el colegio, si todavía no has leído el primero, segundo y tercer capítulo, ¿a qué estás esperando?


Subo a la primera planta, todo está muy oscuro, no puedo distinguir las puertas que antes había visto con claridad. Camino hacia delante, esperando tocar la pared que me sirva de guía, pero tropiezo con algo. Deslizo el pie intentando encontrar el culpable del tropiezo, aunque no encuentro nada juraría que alguien me ha puesto la zancadilla. Por fin alcanzo la pared, la puerta de la biblioteca está a la izquierda, desplazo cuidadosamente las manos hacía la izquierda y voy levantando los pies paso a paso para evitar tropezar de nuevo.

Dejo de sentir la fría pared de ladrillos y mis palmas notan otra textura más áspera y cálida, ésta debe ser la puerta. Saco la llave de mi bolsillo y la introduzco en la cerradura, doy un par de vueltas hasta oír el pestillo moverse.

La biblioteca es la sala más grande del colegio el techo debe medir unos cinco metros, en la pared de la izquierda hay estanterías enormes llenas de libros. Al fondo de la sala hay un ventanal redondo por donde entra la luz ámbar de las farolas iluminan todo el interior.

Nada ha cambiado, tres escalones separan la puerta del suelo, al bajar mi pierna dolorida se resiente. En el centro del aula hay seis mesas redondas con seis sillitas en cada una, allí dábamos las clases de música y, en las horas libres, los niños leían algunos de los libros. Siguen el escritorio y la pizarra donde el profesor de música daba sus clases. Encima del escritorio veo un libro abierto y me acerco para leerlo. Se trata de unas memorias que encargó el colegio por su primer centenario, en él hay fotografías de las promociones antiguas. Pero las fotos por donde está abierto el libro son muy particulares, son niños que reconozco fácilmente; son mis compañeros de clase.

Me doy cuenta de que sus cabezas están tachadas con una cruz de tinta negra. La única cabeza sin esa cruz es la mía. Cojo el libro entre mis brazos y salgo de allí deprisa para que su dueño no me vea. Cierro la puerta de la biblioteca con llave y me dirijo a las escaleras cuando vuelvo a tropezar, esta vez me desequilibro por completo, como si me diesen un empujón, y el libro sale volando. Me doy contra la puerta del aula de informática con tal ferocidad que la puerta se abre por el impacto.

En el interior veo una luz blanca y azulada, echo un vistazo para ver de donde proviene y observo que uno de los monitores de la segunda fila está encendido. Me siento en la silla para leer qué es lo que aparece en la pantalla. Puedo ver una imagen escaneada de un periódico, el titular dice: “Cierran colegio de primaria por desaparición de alumnos…”. Escucho un portazo detrás de mí y me giro rápidamente para ver quien ha sido, la puerta está cerrada pero no veo a nadie. Supongo que será cosa del viento y sigo leyendo el artículo que me ha despertado curiosidad. Este continúa: “una clase completa de secundaria ha sufrido la desaparición de alumnos día tras día sin conseguir averiguar el paradero de ninguno de ellos. El colegio ha sido clausurado mientras se investiga el suceso, las autoridades no se explican cómo ha podido ocurrir algo tan terrible…”

Algo me distrae de la lectura y, por instinto, levanto la mirada del monitor para encontrarme la cara de un adolescente desfigurado, mirándome con una sonrisa de lo más espeluznante. Mi primera reacción es echarme hacía atrás, esa imagen es aterradora, no calibro con exactitud la fuerza y la distancia del impulso por lo que termino balanceándome en exceso y cayéndome de espaldas mientras me golpeo en la cabeza con la mesa de ordenadores que tengo detrás.

Ante el alboroto el extraño ser sale corriendo de la habitación cerrando la puerta tras de sí, solamente escucho sus pisadas y el portazo. Estoy algo aturdido por el golpe y descanso unos instantes en el suelo mientras palpo mi cabeza para buscar alguna herida, tengo suerte porque solo toco un chichón con los dedos. Al recuperar el sentido me levanto, el ordenador está apagado, creo que es cosa de ese extraño chico. No comprendo por qué pero esa monstruosa cara me resulta familiar. Tras meditar profundamente sobre el asunto llega a mi mente un vago recuerdo de los niños que iban a educación especial.

Mi intuición me dice que debo buscar información en el aula especial. Me pongo en marcha, la puerta está abierta. Es una habitación minúscula, solo tiene dos pupitres y una estantería alta y estrecha con libros y carpetas. Rebusco entre la estantería pero no hay nada de interés, solo hay ejercicios para niños. Miro en el portalibros que hay debajo de los pupitres y, en uno de ellos, encuentro un pequeño sobre con cinco fotografías, en ellas aparece el mismo chico de antes. Está feliz, jugando con otros niños, estudiando muy concentrado en ese mismo pupitre. Esas imágenes despiertan un recuerdo en mi cabeza, poco a poco empiezo a recordar quien era ese pobre chico. Físicamente aparentaba tener la edad de un quinceañero pero al conocerlo te dabas cuenta de su comportamiento infantil, era un niño atrapado en un cuerpo de adolescente. A causa de eso muchos niños, incluso menores, se burlaban de él y le gastaban bromas de mal gusto. Un día, lanzaron su mochila a la copa del árbol más alto, el pobre chico intentó subir para rescatarla con tan mala fortuna que cayó y se mató.

Salgo de la clase, no hay nada más que pueda hacer ahí y voy hacía las escaleras para buscar la forma de salir de aquel lugar. Miro hacia abajo buscando el libro que antes había salido despedido y quedo alucinado con lo que veo. El suelo está completamente encharcado de ese líquido sanguinolento que no cesa y, en el centro de aquella siniestra escena, un corro de niños juega y baila empapándose con ese fluido espeso. El corro deja de girar y, uno por uno, desvían su atención hacía mí. Sus caras comienzan a ser conocidas, son los niños que había visto en el aula con la profesora pero también son mis antiguos compañeros.

Cuando pongo mi pie en el suelo húmedo la expresión de esos niños alegres y juguetones se difumina en un rostro de odio abalanzándose sobre mí. Corro hasta el patio y veo a un señor intentando abrir la verja. Sigo corriendo hasta llegar a la puerta, le miro a la cara, es mi abuelo; él sigue forcejeando con la cerradura sin mirarme.

    -¡Abuelo! ¿Qué haces aquí? –digo perplejo.
    -¡Joder! ¡No puedo abrirlo! ¿Por qué? ¡¿Por qué?! –dice él desesperado.
    -Pero ¿qué está pasando? No entiendo nada.
    -¿Por qué tuviste que hacerlo?
    -¿Hacer qué?
    -Por qué tuviste que hacer todas esas maldades, ahora no te dejarán marchar. No puedo ayudarte con esto ¡Joder! –dice con los ojos vidriosos y las yemas de los dedos ensangrentados.

Nunca antes había visto a mi abuelo con aquella cara de pánico y desesperación. Su gesto de preocupación y dolor intentando ayudarme me dan una ligera noción de lo que está sucediendo. De repente, siento varias manitas agarrándome por la espalda y, con gran fuerza, me arrastran hacía la escuela. Veo como mi abuelo rompe a llorar y su figura empequeñece. Yo le grito: “¡Lo siento mucho abuelo, lo siento…!” pero creo que no me oye porque permanece forzando el cerrojo. El paisaje del patio desaparece ante mis ojos y las grandes puertas se cierran ante mis narices mientras la oscuridad lo inunda todo, esta vez no distingo nada. Escucho pisadas a mi alrededor y percibo respiraciones acelerándose, creo que ha llegado la hora de pagar por mis pecados. 

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