Día 10,
Los rayos del sol golpean mi cara obligándome a
abrir los ojos, el despertador que me regalo mi madre sigue con ese “tic-tac”
tan molesto. Mis sábanas de franela me abrazan cómodamente impidiéndome salir
de la cama, un vistazo al reloj me revela que he dormido doce horas. ¡No
recordaba la última vez que tuve el placer de dormir sin preocupaciones! Dentro
de la cama me estiro sintiendo como algunas de mis articulaciones crujen despertándose
conmigo.
Cuando el hambre supera
mis ganas de holgazanear decido salir a desayunar un bol de leche con cereales,
dentro de la cocina rebusco entre los armarios la caja verde de cereales; al
sujetarla el peso me recuerda que debería haberlos repuesto hace tiempo. Lleno
medio bol con los últimos cereales quedándome sin más munición, después, inundo
la otra mitad con leche hasta ver los cereales flotando en un baño blanco. Víctima
del sueño derramo la primera cucharada por la mesa.
-¡Imbécil!
¿Acaso no miras lo que haces?
Me levanto de la silla
y abrazo a Lu con todas mis fuerzas; desde que le administré el antídoto estuvo
tres días en la cama de mis padres sin dar señales de vida. Pensé que nunca más
volvería a verla.
-¡Lu, eres tú! -grito.
-¡No me aprietes tanto que me duele todo! -dice empujándome hacia un lado y levantándose parte
del camisón para mostrarme sus costados llenos de moratones y magulladuras.
-¡Lo siento! No me acordaba, llevo tres días hablando
solo y me he dejado llevar por la alegría.
-Yo también he pensado mucho en todo lo sucedido. -dice bajando la mirada al suelo-, no puedo dejar de pensar en Marcos.
-Marcos hizo lo que hizo para ayudarnos, tenemos que
estarle agradecido.
-Te he escuchado llorar en tu habitación. -afirma Lu.
-¿De verdad? Vaya pensaba que estabas inconsciente… -susurro-, eso ya da igual ahora tenemos que mirar hacia el
futuro.
-Suenas
como Marcos. -dice
riendo Lu.
Muevo una silla y le indico a Lu que se siente, le
ofrezco mi bol con cereales. Ella lo acepta sin preámbulo y los devora mientras
yo le doy sorbos a un simple vaso de leche.
Terminamos con el
escaso desayuno y nos sentamos en el sofá.
-Álex.
-Dime.
-¿Habrá más como nosotros?
-Ese tío dijo que no.
-¿Sabes? Siempre he querido viajar…
-Ya no nos quedan muchas provisiones, antes o después
tendremos que salir de aquí… -medité
unos minutos-.
Lu, prepara la maleta.
-¿Dónde vamos?
-Donde
queramos, el mundo es nuestro.
Desempolvamos las
viejas mochilas de viaje que un día pertenecieron a mi familia. Introducimos
linternas, una tienda de campaña desplegable, dos sacos de dormir y esterillas
en mi bolsa. En la mochila de Lu metemos ropa y toda la comida que encontramos
por casa.
-¡Uff! ¡Cómo pesa! -reclama Lu al cargar la mochila.
-Puedes
llevar la mía. -digo
encorvado con una mochila el doble de grande.
Salimos de mi casa y
cierro la puerta con llave, es estúpido, pero algo dentro de mí me dice que mi
madre lo preferiría así. Iniciamos la caminata dejando atrás la ciudad y mi
urbanización, entramos por la carretera principal que nos conducirá hacía el
pueblo más cercano. Mientras camino pienso en nosotros, la idea de repoblar el
mundo con Lu me acosa aunque, tengo que reconocer, que le veo un cierto
atractivo.
Tras varias horas
seguidas sin descanso nuestros pies nos piden un descanso a gritos, nos apeamos
unos metros de la carretera en un campo de naranjos, nos cobijamos bajo la
sombra de uno de ellos. Al sacarnos los zapatos vemos las primeras ampollas en
la planta de los pies, nadie dijo que fuese sencillo. Degustamos un puñado
galletas de la mochila de Lu y recogemos todas las naranjas que podemos del
árbol. Cuando el frío empieza a doler en los dedos de los pies nos calzamos y
no reincorporamos a la carretera. El primer cartel que vemos nos indica que la próxima
ciudad está a cien kilómetros.
-¿Quién tuvo esta genial idea? -pregunto enfadado.
-Tú, imbécil. -responde Lu-. Ahora no pienso volver atrás, allí no queda nada.
-Está bien, no te pongas así.
-Tenemos que buscar un
sitio donde pasar la noche. -dice
Lu.
-¿Qué dices? Es muy pronto todavía, tenemos que
seguir caminando. -replico.
Mis palabras me traicionan y la noche se nos echa
encima caminando por la carretera, el miedo a ser atropellado es inexistente
pero encontrarme con alguno de esos perros sería una pesadilla hecha realidad.
Saco mi linterna y buscamos el lugar idóneo donde plantar la tienda, las quejas
de Lu por no hacerle caso suenan de fondo. Tras subir una leve pendiente de la
carretera distinguimos una luz anaranjada a lo lejos desprendiendo humo; es una
hoguera en mitad del campo. No distinguimos nada más, aun así, tenemos claro
que es allí donde tenemos que ir. Sin necesidad de preguntar nada los dos
ponemos rumbo hacía esa llama de esperanza.
Fin.
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