viernes, 24 de marzo de 2017

Relato: Querido diario X

Décimo y último capítulo de la serie Querido diario, si te has perdido alguno de los anteriores aquí puedes encontrarlos. ¡Disfrutadlo!



Día 10,


Los rayos del sol golpean mi cara obligándome a abrir los ojos, el despertador que me regalo mi madre sigue con ese “tic-tac” tan molesto. Mis sábanas de franela me abrazan cómodamente impidiéndome salir de la cama, un vistazo al reloj me revela que he dormido doce horas. ¡No recordaba la última vez que tuve el placer de dormir sin preocupaciones! Dentro de la cama me estiro sintiendo como algunas de mis articulaciones crujen despertándose conmigo.

Cuando el hambre supera mis ganas de holgazanear decido salir a desayunar un bol de leche con cereales, dentro de la cocina rebusco entre los armarios la caja verde de cereales; al sujetarla el peso me recuerda que debería haberlos repuesto hace tiempo. Lleno medio bol con los últimos cereales quedándome sin más munición, después, inundo la otra mitad con leche hasta ver los cereales flotando en un baño blanco. Víctima del sueño derramo la primera cucharada por la mesa.

            -¡Imbécil! ¿Acaso no miras lo que haces?

Me levanto de la silla y abrazo a Lu con todas mis fuerzas; desde que le administré el antídoto estuvo tres días en la cama de mis padres sin dar señales de vida. Pensé que nunca más volvería a verla.

            -¡Lu, eres tú! -grito.
            -¡No me aprietes tanto que me duele todo! -dice empujándome hacia un lado y levantándose parte del camisón para mostrarme sus costados llenos de moratones y magulladuras.
            -¡Lo siento! No me acordaba, llevo tres días hablando solo y me he dejado llevar por la alegría.
            -Yo también he pensado mucho en todo lo sucedido. -dice bajando la mirada al suelo-, no puedo dejar de pensar en Marcos.
            -Marcos hizo lo que hizo para ayudarnos, tenemos que estarle agradecido.
            -Te he escuchado llorar en tu habitación. -afirma Lu.
            -¿De verdad? Vaya pensaba que estabas inconsciente… -susurro-, eso ya da igual ahora tenemos que mirar hacia el futuro.
            -Suenas como Marcos. -dice riendo Lu.

Muevo una silla y le indico a Lu que se siente, le ofrezco mi bol con cereales. Ella lo acepta sin preámbulo y los devora mientras yo le doy sorbos a un simple vaso de leche.
Terminamos con el escaso desayuno y nos sentamos en el sofá.

            -Álex.
            -Dime.
            -¿Habrá más como nosotros?
            -Ese tío dijo que no.
            -¿Sabes? Siempre he querido viajar…
            -Ya no nos quedan muchas provisiones, antes o después tendremos que salir de aquí… -medité unos minutos-. Lu, prepara la maleta.
            -¿Dónde vamos?
            -Donde queramos, el mundo es nuestro.

Desempolvamos las viejas mochilas de viaje que un día pertenecieron a mi familia. Introducimos linternas, una tienda de campaña desplegable, dos sacos de dormir y esterillas en mi bolsa. En la mochila de Lu metemos ropa y toda la comida que encontramos por casa.  

            -¡Uff! ¡Cómo pesa! -reclama Lu al cargar la mochila.
            -Puedes llevar la mía. -digo encorvado con una mochila el doble de grande.

Salimos de mi casa y cierro la puerta con llave, es estúpido, pero algo dentro de mí me dice que mi madre lo preferiría así. Iniciamos la caminata dejando atrás la ciudad y mi urbanización, entramos por la carretera principal que nos conducirá hacía el pueblo más cercano. Mientras camino pienso en nosotros, la idea de repoblar el mundo con Lu me acosa aunque, tengo que reconocer, que le veo un cierto atractivo.

Tras varias horas seguidas sin descanso nuestros pies nos piden un descanso a gritos, nos apeamos unos metros de la carretera en un campo de naranjos, nos cobijamos bajo la sombra de uno de ellos. Al sacarnos los zapatos vemos las primeras ampollas en la planta de los pies, nadie dijo que fuese sencillo. Degustamos un puñado galletas de la mochila de Lu y recogemos todas las naranjas que podemos del árbol. Cuando el frío empieza a doler en los dedos de los pies nos calzamos y no reincorporamos a la carretera. El primer cartel que vemos nos indica que la próxima ciudad está a cien kilómetros.

            -¿Quién tuvo esta genial idea? -pregunto enfadado.
            -Tú, imbécil. -responde Lu-. Ahora no pienso volver atrás, allí no queda nada.
            -Está bien, no te pongas así.
-Tenemos que buscar un sitio donde pasar la noche. -dice Lu.
-¿Qué dices? Es muy pronto todavía, tenemos que seguir caminando. -replico.

Mis palabras me traicionan y la noche se nos echa encima caminando por la carretera, el miedo a ser atropellado es inexistente pero encontrarme con alguno de esos perros sería una pesadilla hecha realidad. Saco mi linterna y buscamos el lugar idóneo donde plantar la tienda, las quejas de Lu por no hacerle caso suenan de fondo. Tras subir una leve pendiente de la carretera distinguimos una luz anaranjada a lo lejos desprendiendo humo; es una hoguera en mitad del campo. No distinguimos nada más, aun así, tenemos claro que es allí donde tenemos que ir. Sin necesidad de preguntar nada los dos ponemos rumbo hacía esa llama de esperanza.

Fin.
            

No hay comentarios:

Publicar un comentario