Él llevaba una pistola,
nunca la utilizó pero le gustaba guardarla en el interior de su chaqueta, le
hacía sentir seguro. Con ella patrullaba las calles de madrugada, todas las
noches a la una de la noche abría la puerta de casa y salía dispuesto a poner
el orden que la justicia era incapaz de imponer. Entraba en el veinticuatro
horas que iluminaba la esquina de su calle y pedía un café de medio litro,
mientras el encargado se lo preparaba charlaban sobre lo mal que se estaban
poniendo las cosas por allí; los índices de robos y delincuencia iban en
ascenso.
-La otra noche sin ir más lejos entró una joven
asustada porque un hombre la estuvo persiguiendo más de media hora. –dijo el
encargado.
-¡¿Cómo?! ¿Cuándo pasó eso? –dijo enarbolado.
-Hará dos noches, sobre las cuatro de la madrugada.
-El sábado por la noche… -meditó unos instantes- No me sorprende nada la gente bebe y luego comete
estupideces.
-Supongo
que sí… Tenga, aquí tiene su café.
Después de pagar, sale
de la puerta sin poder quitarse de la cabeza la imagen de esa pobre chica
corriendo asustada hasta la tienda, se toca con la mano el interior de la
chaqueta sintiendo el tacto frío de su amiga.
-Puede
que esta noche nos toque trabajar de verdad. –le dice.
Por motivos de
seguridad decide cambiar la ruta de su habitual patrulla, pues teme que los malhechores
le conozcan y le eviten, ese debe ser el motivo de los pocos incidentes detectados
en sus últimas rondas nocturnas. Se adentra en un callejón sucio y con olor a desagüe.
No ve nada fuera de lo común, a decir verdad, no ve nada ni a nadie. Las altas
horas de la noche invitan a la gente a descansar en sus humildes moradas mientras
los delincuentes aprovechan la intimidad de la oscuridad para hacer de las
suyas.
Sale del callejón que
le conduce directo a un parque, el parque es un sitio tranquilo con dos caras
diferentes, por el día los niños juegan alegremente, por la noche los camellos
trapichean con sus mercancías y algunas mujeres ofrecen sus servicios a los más
necesitados. A nadie que se le precie le gustaría pisar un parque por la noche.
Con el primer paso dentro del parque detecta a uno de esos yonquis bajo una
farola con rostro serio mirando a todas partes, se nota que está con el mono.
-¡Oye Chaval! –le grita a escasos metros- ¿Tienes algún amiguito que le guste ir asustando a
jovencitas por la noche?
-No sé de qué me estás hablando, señor. –dice el
chico extrañado.
-Sí, sí que lo sabes
bien –Abre el interior de su chaqueta y le muestra el mango se su amiga-, no nos andemos con rodeos ¿de acuerdo? ¿Quién es
el gracioso que intimida a las mujeres por estas calles?
-Está
usted loco, ¡Yo no sé nada de eso! –gritas mientras desaparece corriendo por la
oscuridad.
-¡Mierda!
Se me ha escapado, debería haber sido más rápido. –se dice para sí mismo.
Decide continuar con su
inspección esperando encontrar a algún compañero narcotraficante de éste. Al
girar en uno de los cruces marcados por un abeto escucha:
-Buenas
noches Bobby, ¿me buscabas? –dice una voz femenina.
De entre las sombras
aparece una señorita ligera de ropa con media sonrisa y un cigarrillo en la
boca.
-Disculpa señorita, yo no soy ese tal Bobby.
-Claro que sí, cariño. Cómo no me voy a acordar con
esa pistola que tienes.
-Perdona
pero no sé de qué me estás hablando. –se despide con una mezcla de vergüenza y furia.
Prosigue con su paso
firme hasta salir de parque.
-Este
sitio solo está lleno de tarados, tendremos que buscar en otro sitio. –le dice
acariciándola.
Camina sin un rumbo
fijo, planeando dónde puede encontrar al acosador cuando ve a una preciosa
veinteañera terminando de cerrar un bar, son las tres y media de la madrugada y
ese desgraciado debe estar cerca. Se esconde detrás de un coche agazapado
mientras espera ver al agresor cerca. Cuando la muchacha inicia su marcha él decide
acompañarla desde la distancia.
Ella camina con calma
charlando por su teléfono móvil. Él, desde la acera de enfrente, no pierde
detalle de todo lo que pasa a su alrededor. Deseando ver a ese malnacido y
quitarle las ganas de intimidar a mujeres. La chica se detiene mirando hacía
detrás alarmada, él tuerce la cabeza inconscientemente pero no ve nada, la
calle está vacía. Al volverse la chica ya no está. Sale corriendo hasta la
esquina donde se encontraba, mira su reloj, son las cuatro.
-¡Mierda!
No puede ser que no lo haya visto. –se dice a sí mismo.
Continua corriendo por
la calle buscándola cuando alguien le placa, cae al suelo sin poder mover los
brazos. Él empieza a gritar para que acudan a su rescate pero es inútil,
tumbado boca abajo ve como dos botas negras se colocan justo delante de él,
alza la vista y ve un policía uniformado.
-¡Agente!
Está equivocado, yo no he hecho nada.
Alguien detrás de él le
ayuda a incorporarse, una vez de pie, el policía le cachea encontrando a su
amiga; la saca con gesto sorprendido.
-Se
lo puedo explicar agente, no pensaba utilizarla, solo era…
El policía le hace una
señal para que se calle y mira con preocupación al hombre que tiene detrás.
-Bobby,
esta vez la has cagado. –le dice la voz que tiene tras de sí.
Me ha gustado bastante la historia, corta pero engancha al segundo.
ResponderEliminarUn saludo!
¡Muchas gracias por tu opinión! Me alegro mucho que te haya gustado, seguiré trabajando para escribir más y mejores historias.
Eliminar¡Un saludo!