Busco el paraíso en una
pradera verde donde el horizonte se pierde en el infinito, el cielo es azul, algo
en mi interior me dice que debo llegar al final de esa pradera verde y
primaveral. Emprendo mi viaje, los primeros pasos son ligeros y agradables,
camino entre nubes de algodón que acarician mis piernas. La leve brisa me provoca
placer en las mejillas.
Con cada paso recorrido
el cielo se nubla tapando los rayos del sol, el paisaje sigue siendo una
delicia para los sentidos, la mullida hierba cosquillea mis pies, la brisa
refresca sin ser desagradable. Escucho voces tras de mí con tono preocupado,
giro mi cabeza sin ver a nadie, prosigo mi marcha con deseos de llegar al final.
A medida que avanzo
entre el paisaje el suelo cambia; la crujiente hierba se mezcla con duras
piedras; la majestuosa brisa se convierte en aire molesto. Dudo continuar con
el viaje, pero finalmente confió que este bache pasará. Dilato mis pisadas para
no dañarme los pies, me abrazo a mi mismo mitigando el frío del viento continúo
con mi paseo hasta superar la adversidad.
Pierdo la noción del
tiempo caminando, lo que antes era un idílico paisaje primaveral con pastos
verdes y floreados iluminados por la luz del sol ha desaparecido para dejar
paso a un cielo negro donde no distingo el sol, el vendaval me balancea de un
lado a otro y el suelo tiene rocas afiladas que cortan mis pies como hojas de
bisturí. El viaje no está resultando tan fácil como imaginé en un principio.
Sea como sea decido
seguir adelante, algo en mi interior me asegura que esto terminará pronto y
estaré más cerca de alcanzar el paraíso que tanto ansío. Sigo mi camino
ignorando el mal tiempo hasta divisar el final del camino. De pronto vuelvo a
oír voces detrás de mí, esta vez al girar la cabeza veo un grupo de personas, al
fijarme los reconozco, son mi familia y amigos, parecen consternados, agitados indican
que dé media vuelta y vaya con ellos, no entiendo a qué se debe tanta
preocupación. Cuando intento acercarme a ellos me doy cuenta que mi cuerpo no
me obedece, sigo avanzando hacia el final del camino. El miedo se apodera de
mí, deseo regresar y estar con mis seres queridos, quiero abandonar esta mierda
de viaje pero mi cuerpo no comparte mi decisión. Ellos se agarran de las manos
formando una fila hasta llegar a mí; cuando mi padre estira el brazo para
cogerme siento el vacío sobre mis pies, miro el suelo siendo demasiado tarde, el
camino ha desaparecido y estoy en un abismo.
Mientras desciendo por
el infinito distingo algunas cabezas en el acantilado, en ese momento soy
consciente de la estupidez que cometí al no percibir las señales que me
indicaban el trágico final de mi viaje.
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