Ella ve los días pasar,
cada mañana se levanta temprano para hacer todas las tareas del hogar: lavar,
barrer, limpiar, cocinar y fregar. Se apresura para que cuando llegue él todo
esté terminado y pueda disfrutar de su compañía.
Llega la tarde y, con
ella, escucha el pestillo de la puerta moverse. Corre hacía la entrada con una
gran sonrisa e ilusión por verle, la puerta se abre y tras de sí aparece su rostro
fatigado. Ella corre a sus brazos y le rodea con gran fuerza.
-¡Quita
que estoy cansado! –gruñe él.
Toda su alegría se
desvanece de un plumazo, sintiendo como su corazón se agrieta lentamente. Se
despega de él cabizbaja y le deja pasar. Mientras él, sin decir nada, acude
directo a la cocina. Ella sigue en la entrada triste y desilusionada, cuando
escucha gritos al otro lado de la casa, cierra la puerta y corre para averiguar
qué ha sucedido.
-¿¡Acaso
no sabes fregar!? Todo está sucio.
Son las primeras
palabras que recibe al entrar por el comedor. Ella intenta excusarse pero sus
esfuerzos son en vano, pues él no cesa en su reproche. Decide encerrarse en el baño
para llorar sin ser observada, allí con la única compañía de sí misma se
pregunta constantemente por qué debe soportarlo.
Pasan los días pero
nada cambia, día tras día ella se esfuerza por hacerlo lo mejor posible y, a
cambio, solo recibe críticas y malas contestaciones a todos sus actos. La
tensión aumenta por días, siente miedo de él cada vez que llega a casa por si
le riñe de nuevo. Intenta evitarle para no tener más discusiones.
Una mañana como
cualquier otra, mientras barre el
pasillo escucha una canción en el exterior. No entiende la letra pero su
melodía es muy alegre. Comienza a tararearla mientras realiza su labor, poco a
poco se contagia su espíritu alegre y su cuerpo se mueve al son de la música.
Cuando abre los ojos se encuentra en el vestíbulo delante del espejo bailando sola
con la escoba y le viene una idea a la cabeza.
Ese mismo día cuando él
vuelve del trabajo, le recibe maquillada y ataviada con un precioso vestido. Le
coge de la mano y le pide un simple baile.
-No
digas tonterías, yo no sé bailar. –le increpa.
-Vayamos
a clases de baile. –le anima ella.
-Déjame
en paz. Vete tú sola si quieres.
Le aparta la mano con
desprecio y se marcha, ella se mira delante del espejo. Horas en el baño para
verse guapa y ahora el rímel corrido lo ha echado todo a perder. Lo odia con
toda su alma. Decide hacerle caso, como tantas otras veces, y acude a una
academia de baile.
No sabe por qué lo
hace, le avergüenza bailar en público, pero cualquier cosa es mejor que permanecer
encerrada en casa escuchando sus constantes quejas. Al principio solo acude a
las clases y vuelve a casa al terminar, no se relaciona con nadie porque se
siente la más vieja de clase. Muchas veces piensa en tirar la toalla, él se ríe
cuando ella se lo explica.
Pasan los días y ella permanece
día tras día bailando, vuelve a casa e intenta enseñarle todo lo aprendido, sin
embargo, solo recibe burlas a cambio. Ya está acostumbrada a eso, ya no le
afecta.
Un viernes sus
compañeros de baile le invitaron a una fiesta de baile. Ella dudó se sentía muy
mayor para eso, pensó decírselo a él pero cuando imaginó su respuesta dejó esa
opción a un lado. Decidió aceptar la oferta, ya no recordaba cuánto tiempo
había transcurrido desde el último viernes que salió de casa.
Llegó ilusionada a casa,
cenó deprisa y corrió para buscar el atuendo perfecto. Al salir del baño acicalada
se dirigió al recibidor para coger sus cosas.
-Se
puede saber dónde vas a estas horas. -dijo él.
-Voy
a ir a bailar con mis amigos.
-Menuda
tontería, quédate conmigo y vemos una película.
-No,
ya he quedado.
Se precipitó por salir
de allí, si permanecía unos instantes más perdería todo el valor que había
reunido. Llegó al sitio y en la entrada le esperaban todos. Nada más verla la elogiaron
por su encantadora imagen, era la primera vez que la veían así.
Con la primera canción
que sonó uno de sus compañeros la sacó a bailar, ella estaba muy tensa porque deseaba
estar a la altura.
-Relájate,
te he visto en clase y me encanta como bailas. –dijo él.
-Gracias.
–No supo qué más responder.
La noche pasó volando
mientras bailaba canción tras canción con ese chico, olvidó todas sus penas he
intentó recordar cuándo fue la última vez que alguien la hizo sentir tan
especial.
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