Aquí os traigo el quinto capítulo de la serie Querido diario, si todavía no has leído los anteriores ¡hazlo aquí!
Día 5,
Tengo a un señor
preocupado delante de mí pidiéndome que me apresure, tardo unos segundos en
comprender que sigo en el calabozo donde he pasado la noche. No conozco en
absoluto a ese hombre. Tiene el pelo negro como el carbón se le une a la barba canosa. Tiene arrugas en la frente por fruncir el ceño en
exceso. Viste un jersey de lana negro con un chaleco acolchado azul oscuro,
pantalones vaqueros viejos y sucios con botas negras.
Cuando recuerdo a Lu
mis ojos se desvían a su banco pero no está.
-¿¡Donde está Lu!? -grito.
-¿Quién? -murmura extrañado.
-¡Lu! Una chica asiática que conocí ayer.
-Mira chico, cuando he entrado solo estabas tú.
-No puede ser, ¡Tenemos que encontrarla!
-Eso no va a poder ser, ahora mismo tenemos que
escondernos.
-¿Escondernos? ¿Por qué?
-No tenemos tiempo para eso. ¡Vamos!
El hombre tira de mi
brazo con fuerza casi arrancándome de mi mugrienta cama. Intento estabilizarme ante
su sacudida incorporándome mientras me tambaleo. Me saca del calabozo y me conduce
hasta la sala de calderas, cierra la puerta y voltea el pestillo bloqueando
cualquier acceso; se aproxima a una esquina y levanta una losa del suelo, se
gira hacía mí.
-¡Venga!
¿A qué esperas? -dice
apresurado.
Todavía con legañas en
los ojos y saturado por el exceso de información matinal obedezco sus órdenes y
me introduzco en aquel zulo. Él me sigue y vuelve a colocar la losa con hierro acabado con forma de gancho que llevaba guardado en la espalda. La luz se desvanece y quedamos
sumidos en la oscuridad. Busco mi linterna y mi porra pero no las tengo, las
dejé en el calabozo.
-Aquí
estaremos seguros. -Escucho
tras de mí-
A ver si lo encuentro.
Oigo sus pasos y el sonido de alguien rebuscando en una caja de madera. De pronto una luz cegadora ilumina mi cara.
-Ya tenemos linterna. Explícame lo de tu amiga.
-Bueno…no es mi amiga, la conocí ayer mientras
buscaba a mi familia, decidimos venir aquí para saber lo que está pasando.
-No deberíais haber venido…
-¿Por qué dices eso? ¿Tú sabes algo?
-No demasiado, hace unos días desperté y estaba solo,
desde entonces tú eres la primera persona que he visto.
No sé por qué pero no
me fio en absoluto de sus palabras parece ocultar algo.
-¿Entonces por qué has insistido tanto en venir aquí?
-pregunté con intención
de pillarle.
-Porque… -dudó unos instantes- ya sé que no me creerás, pero tengo la teoría
de que por la madrugada se llevan a la gente.
-¿Se llevan? ¿Quién se lleva a la gente?
-No lo sé, pero oigo ruidos muy extraños por las
calle.
-¿Qué más da? Pueden ser personas como nosotros que
necesiten ayuda, no puedes esconderte. -digo enfilándome por la escalera para salir de aquel
escondrijo cuando siento una presión en mi pierna que me devuelve al suelo.
-Ahora no muevas la losa. -dice abroncándome.
Cuando iba a lanzarle
uno de los peores insultos que sé un ruido me enmudece, oigo un alboroto
desde el exterior. Es difícil de explicar, distingo ruidos, como si hubiese un
desfile militar junto con ladridos y gruñidos de perros.
Tras unos minutos el ruido cesa y todo vuelve a estar en calma. Nos miramos
callados.
-Creo que ya podemos salir. -dice él por fin.
-¿Qué ha sido eso?
-Ni lo sé ni me importa, ahora vamos a buscar a tu
amiga, si es que sigue entre nosotros…
-¡No digas eso ni en broma! -le replico.
-Lo siento chaval, no quería decirlo. ¿Cómo te
llamas?
-Álex.
-Yo soy Marcos. -dice mientras levanta la losa y asoma los ojos por
la ranura-
Esta bien, podemos salir.
Volvemos al calabozo, recojo la porra y la linterna
tiradas por el suelo.
-Eso no te servirá de mucho. -dice Marcos.
-Es mejor que nada. -respondo orgulloso.
Los rayos del sol penetran en la sala iluminándola
con claridad. Miro en el banco donde estuvo Lu, no hay rastro de ella, tampoco de
su enorme mochila. Marcos propone seguir buscando y subimos las escaleras hasta
llegar a la planta baja. Miramos por los vestuarios sin encontrar rastro de Lu.
Salimos al pasillo principal, revisamos uno por uno el interior de cada
despacho. Están vacíos, algunos completamente desordenados, cuando estamos
llegando al final escuchamos un crujido en el interior del último despacho.
Continuará…
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