Decido dejar de
cobijarme en mi casa para salir a disfrutar un poco de esa magia de la
naturaleza. Miro a todos lados pero no veo a nadie, decido pasear un poco para
ver a quien me puedo encontrar.
Unas calles más abajo
hay un pequeño parque donde veo una familia jugando con bolas de nieve, riendo
y divirtiéndose. Me acerco a ellos para jugar y, en cuanto me ve el padre, coge
a sus hijos en brazos y sale corriendo mientras me mira con gesto despectivo.
Eso me entristece, solamente quería jugar como ellos.
Sigo caminando por la
calle mientras los copos de nieve acarician mi cara, que sensación más extraña,
frío y placer a la vez. Al girar la esquina veo dos chicas jóvenes sacando fotos,
están muy alegres, yo también quiero una foto con la nieve y me
aproximo para que me la hagan. Se giran hacía mí, pero al verme huyen
despavoridas dejando caer el teléfono móvil al suelo.
Continuo cabizbajo mi
trayecto. Con lo feliz que estaba por la nieve, y lo triste que me han
puesto esas dos chiquillas, ya me dijo mi madre que no debía salir de casa.
Encuentro un muro que me impide el paso, he llegado a la playa. La arena ha
cambiado su tono amarillento por otro blanquecino, es espectacular la vista. Decido
adentrarme en la playa. Cada paso que doy deja una huella tras de mí donde puede verse la arena dorada.
Llego a la orilla y
asomo la cabeza, veo mi reflejo en el agua. No entiendo por qué se asusta la
gente al verme, solo soy un lindo osito que quiere jugar con la nieve al
igual que ellos.
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