Me he despertado sobre
las doce del mediodía, ha sido un poco extraño que mi madre no haya sido la
causante de mi despertar, desde que me negué a seguir con mis estudios y pasar
los días divagando por casa, ella ha sido la encargada de despertarme todos los
días nunca más tarde de las diez de la mañana, supongo que hoy me lo ha perdonado
por ser mi decimonoveno cumpleaños.
He retozado en la cama
durante unos quince minutos, esperando que mi madre se percatase de mi tardanza
y viniese a cumplir con sus funciones. Pero tras ver que era inútil seguir en
la cama, he decidido levantarme de la cama, ir al baño para asearme un poco y
entrar en la cocina a por el desayuno. Me ha sorprendido no encontrármela durante el trayecto. Al entrar en la cocina tampoco estaba allí preparando la comida para mis otros dos hermanos
que, a diferencia de mí, terminaron sus estudios y encontraron buenos trabajos.
Abro el armario y saco
los cereales chocolateados, mis preferidos, en la nevera agarro un cartón de
leche y añado la mezcla en mi bol para el desayuno. Me pregunto dónde debe
estar mi madre. Cojo mi teléfono móvil y empiezo a jugar con la última
aplicación que tengo descargada.
Cuando miro el reloj ya
son las dos, es increíble cómo pasa el tiempo. A esta hora ya deberían estar
mis hermanos en casa pidiendo su plato de comida pero todavía no han llegado.
Voy a mi habitación para cambiarme de ropa y evitar así que me echen la bronca
por no hacer nada en toda la mañana. Recojo un poco mi cuarto, lo suficiente
para que tenga mejor aspecto y no llegue a cansarme demasiado. Vuelvo al salón
esperando al resto de mi familia.
Llamaría a mi madre si
tuviese teléfono móvil pero es de esas personas que detestan las tecnologías y
tampoco hacen nada por aprender a utilizarlas. También llamaría a mis hermanos
pero odian que les interrumpa mientras están trabajando y no quiero ser
merecedor de una buena tunda cuando me vean. Solo queda él, mi padre,
normalmente no me molestaría en llamarle pero la mañana está siendo muy poco
habitual.
Busco el número de mi
padre en la agenda, le llamo, suenan varios tonos mientras espero que responda.
Escucho su voz y lo primero que le pregunto es si conoce el paradero de mamá,
él sigue hablando sin detenerse y pronto me percato que estoy hablando con su buzón de
voz. Cuelgo sin dejar ningún mensaje, dudo que mi padre sepa acceder al buzón
de voz.
Comienzo a preocuparme, espero que no les haya pasado nada grave. Decido bajar a la calle
para investigar el paradero de mi familia. Debo decir que vivo en un bungaló de
una urbanización un poco alejada del núcleo urbano, si quisiera llegar andando
hasta el centro de la ciudad podría tardar una hora perfectamente, aunque nunca
he hecho el esfuerzo por averiguarlo.
De todos modos, y
gracias a Dios, en mi urbanización tenemos una manzana con locales comerciales
donde podemos encontrar comida, ropa y demás utensilios para la supervivencia.
Al pisar la calle no veo a nadie, está todo desierto, pero tampoco me sorprende
demasiado porque a esas horas la gente suele estar escondida en casa comiendo o
en el bar.
Como no voy a ir puerta
por puerta tocando para preguntar si han visto a mi madre, llego a la
conclusión de que el bar es la mejor opción. Allí todo el mundo siempre está al
tanto de las últimas noticias de la urbanización, es el mejor sitio para
recabar información. Mientras camino hacía el bar, una brisa fría choca contra
mí y me provoca un escalofrío por todo el cuerpo haciendo que me replanteé si
ha sido buena idea bajar a la calle solamente con mi chándal.
Al llegar al bar me
quedo desconcertado al verlo cerrado, es estúpido, abre todos los días
de la semana ¿por qué iba a cerrar justo el día que más lo necesito? Nada tiene
sentido. Decido dar una vuelta por la “zona comercial” de mi urbanización con
la esperanza de encontrar a alguien que me pueda aclarar la situación.
Es inútil, hoy no es mi
día, todas las tiendas están cerradas. Parece como si el tiempo se hubiese
detenido una noche cualquiera a las cuatro de la madrugada solo que ahora es de día y los rayos de sol iluminan la calle,
en estos diecinueve años nunca había visto este panorama. Estoy un poco asustado.
Preguntas estúpidas
asaltan mi cabeza ¿Seré el último superviviente de un ataque nuclear? ¿Estaré a
punto de presenciar un apocalipsis zombi? ¿Todo esto será culpa de una invasión
extraterrestre? Debería dejar de ver tantas películas me digo a mí mismo.
De repente veo la primera
señal de vida de toda la mañana, es un perro callejero, yo le llamo Curro y es
un labrador delgaducho, no es amigo mío pero a veces le doy de comer cuando lo
veo rebuscando entre la basura. Dudo que él pueda a ayudarme con mi problema
pero jugar un rato me puede ir bien para quitarme las preocupaciones.
Lo llamo, como otras
tantas veces, parece que no se había dado cuenta de mi presencia. Se
queda mirándome inmóvil y, cuando le silbo para que venga, salta disparado
hacía mí, ladrándome, olvidando todas las veces que le ayudé. Nunca lo
había visto así.
Sin pensarlo dos veces
salgo corriendo hasta mi casa. Sin mirar atrás, entro en casa y me escondo en
mi habitación, no sé ni por qué lo hago, Curro no puede abrir la puerta. Pero
la furia con la que corría hacía mí bastó para aterrorizarme y detener la búsqueda de mi familia.
Continuará…
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