Ya tenemos aquí la tercer una del relato Retazos de una Vida, Si todavía no habéis leído el primero y el segundo ¡daros prisa y poneros al día!
A la mañana siguiente,
una taza de café junto con un generoso pedazo de pastel fue el desayuno de
Ronald. Luego se dirigió a la puerta de su vecina para agradecerle el detalle.
Llamó tres veces a la puerta y esperó más de cinco minutos hasta poder escuchar
los pestillos abrirse al otro lado de la puerta. Tras la puerta pudo ver a la
misma anciana arrugada, que le recordaba el paso del tiempo, asomarse al otro
lado con un batín de terciopelo negro y el pelo alborotado.
-¡Buenos
días, vecina! -saludó
nada más verla-.
Quería agradecerle por el bizcocho que me dejó anoche.
La mujer sonrió al
escuchar aquellas palabras mostrando una dentadura postiza blanca como la
nieve.
-No hay de qué, hijo. No sé qué haría sin gente tan
generosa como tú ayudándome, es lo mínimo que puedo hacer.
-No fue nada, siempre que necesites algo puede
llamarme. Me marcho ya porque tengo que ir a estudiar. Yo me llamo Ronald.
-Y
yo Marga, te dejo que aproveches el tiempo ahora que todavía eres joven. -se despidió la anciana.
Ronald bajó las
escaleras dejando detrás del él el eco de las escaleras crujiendo. El resto de
la mañana estuvo atareado en la facultad de medicina procurando tomar nota de
todo lo que sus profesores le enseñaban junto con las prácticas en el hospital
donde observaba pacientes quejarse por sus dolencias. Al regreso de su jornada
estudiantil estaba preparándose para el trabajo cuando oyó un traqueteo en la
puerta desde la cocina. Al abrir la puerta se encontró con Marga vestida de
negro y el rostro visiblemente alterado.
-Oh, discúlpame que te moleste joven. Pero necesito
pedirte un favor.
-Claro, no es problema. ¿Qué necesitas?
-No encuentro las llaves de casa. Juraría que las
dejé en el recibidor pero ahí no están. Tengo miedo que haya podido entrar
alguien a robar.
-Desde
que llegué a casa no he escuchado nada, vamos a ver si las encontramos.
La vecina afirmó con la
cabeza y tomó la delantera hacía el portal de su casa, Ronald la siguió hasta
entrar por el recibidor cuando un fuerte olor a rancio le dejó casi sin
respiración teniendo que hacer un esfuerzo por soportar las nauseas.
-Mira, aquí es donde deberían estar. -dijo Marga señalando una mesita de la entrada.
-Bueno,
No parece que estén ahí. Vamos a seguir.
Ronald entro en el
salón, su interior estaba peor que el de su casa. Pilas de trastos amontonados
por las esquinas apenas dejaban espacio para moverse.
-Perdona el desorden pero mi hijo está de reformas en
la casa y lo ha dejado todo de cualquier manera.
-No
pasa nada. -dijo forzando una sonrisa para que no se note su angustia.
Tras un vistazo por el
salón no encuentra nada y pasa a la siguiente habitación. Entra en la cocina,
es minúscula como la suya. Las llaves tampoco parecen estar allí pero el olor a
descomposición se recrudece en aquella habitación, al aproximarse a la nevera
el olor es casi masticable. Decide abrir la puerta de la nevera para descubrir
el origen de aquel hedor y su sorpresa es mayúscula cuando al abrir la nevera
observa un plato con dos filetes de ternera crudos devorados por el moho de un
gris verdoso y, justo al lado, un llavero con tres llaves. Con una mano agarra
las llaves mientras que con la otra se tapa la nariz, luego se dirige al salón
donde la anciana sigue buscando sus llaves desesperada en los cajones.
-Aquí
están, estaban dentro de la nevera.
La mujer enrojece al
escuchar las palabras para decir:
-¡Qué
despiste! Me las tuve dejar allí mientras guardaba la compra. La vejez es lo
que tiene se te olvidan la cosas en cualquier parte. -se excusó.
-Está
bien, yo me tengo que ir a trabajar. Procura llevar siempre las llaves encima. -dijo con prisas porque ya no soportaba más el olor
de aquella casa.
-Siento
mucho haberte molestado. Muchas gracias.
Se despidieron en la entrada
donde el aire era menos denso y Ronald podía volver a respirar con normalidad. Después
Ronald se aseguró de que su casa estuviese cerrada bajo la atenta mirada de su
vecina. Se despidieron de nuevo y mientras bajaba las escaleras pudo observar
como Marga le vigilaba con una sonrisa algo maquiavélica. Él solo sintió
lástima de la escena que acababa de presenciar, aquella mujer estaba sola y con
claros síntomas de demencia senil pensó mientras se dirigía a su trabajo.
Continuará…
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