viernes, 5 de mayo de 2017

Relato: Retazos de una vida II

Ya tenemos de nuevo el siguiente episodio de la serie Retazos de una vida, hoy traigo el segundo capítulo. Si todavía no te has leído el primero ¡Corre y hazlo!




El casero desaparece cerrando la puerta tras de sí, Ronald echa un último vistazo a lo que será su nuevo hogar durante los próximos meses hasta finalizar sus estudios de medicina y poder comprar la casa de sus sueños. Después recoge sus maletas del salón y se dirige a su nueva habitación para desempaquetar todas sus cosas y ordenarlas en el armario. Cuando consigue guardar la última percha recuerda que debe hacer la compra si quiere tener algo para echarse a la boca, primero abre al nevera llena de manchurrones color marrón con forma de dedos y manos. El interior de la nevera da la misma pena que la casa en general, solo un pack de seis latas de cerveza espera su turno en el fondo de la nevera. Ronald lanza un suspiro y revisa el resto de la cocina intentando hacer inventario; tras ver todos los armarios vacíos decide ir al supermercado.



Escribe una breve lista con los artículos prioritarios, coge un billete de color azul para evitar salirse del presupuesto mensual y sale de casa. Instintivamente vuelve a pulsar el botón del ascensor recordando al instante su avería. Lanza otro suspiro al darse cuenta que realizará más ejercicio subiendo y bajando escaleras del que le gustaría. Por el camino se encuentra con una anciana de unos noventa años, encorvada, con la mitad del pelo negro y la otra mitad blanco, la cara arrugada como una pasa y el pellejo de su brazo baila con cada paso. Carga dos bolsas de la compra más grandes que ella y se tambalea de un lado a otro a punto de perder el equilibrio.

            -Señora, ¿me permite?
            -Muchas gracias hijo, pero no quiero molestar. -dice con una sonrisa algo dantesca.
            -Tranquila, no es problema. -Se agacha para coger las bolsas.
            -Esa manera de hablar… ¿tú no eres de aquí, verdad?
            -No señora, yo soy cubano. Llegué hoy.
            -¡Oh! Qué bien está eso, hace falta gente joven, aquí ya no queda ningún joven

La anciana libre del lastre, continúa su escalada con ligereza hasta detenerse en la planta de Ronald; saca una llave y abre la puerta de enfrente.

            -Muchas gracias hijo, espero que reparen pronto ese condenado ascensor, lleva semanas así.
            -Está bien, cualquier cosa que necesite puede decírmelo, yo vivo ahí. -dice Ronald señalando la puerta de enfrente.
            -¿Somos vecinos? Qué bien saberlo, nos veremos pronto joven.

La anciana mete sus bolsas en el recibidor y cierra la puerta con firmeza, Ronald oye como gira el pestillo y pasa la cadena de la puerta. Sus tripas vuelven a avisarle que necesitan ser rellenadas y baja las escaleras para ir al supermercado.

De vuelta con provisiones, Ronald repuso la nevera y algunas estanterías con artículos básicos. Luego hirvió un puñado de arroz mientras en otra sartén freía un plátano. Engulló la comida sin salir de la cocina, de pie delante de la encimera, dejó los platos en el fregadero para limpiarlos a su regreso y salió deprisa con su uniforme hacía el trabajo con miedo que le reprendiesen por llegar tarde.

Ronald no tenía conocidos en la ciudad, la universidad solo la pisaba para estudiar y sus compañeros de trabajo eran cordiales a excepción de su encargada, Marta, que siempre le hacía comentarios respecto a su acento y, también, fue ella quien le puso el mote de «Cubanito» en honor a uno de los platos que servían en el menú. Ronald hacía oídos sordos antes aquellas vejaciones y continuaba con su labor para terminar lo antes posible.

            -Muy bien «Cubanito», ya puedes ir adecentando el local para mañana. Yo me marcho ya, Luis te ayudará a cerrar. -dijo Marta mientras salía a la calle.
            -No se lo tengas en cuenta. Es así con todos los nuevos, en cuanto llegue otro dejará de prestarte atención. Supongo que lo hace para reafirmar su autoridad delante de los empleados. -le aconsejó Luis.
            -Lo sé, eso no me preocupa. Si estoy aquí es por la plata, lo demás me da igual.

A su regreso, Ronald encontró un paquete en la puerta de casa. Lo recogió extrañado ya que no recordaba haber realizado ningún pedido. Cuando entró en casa lo abrió para descubrir que se trataba de un apetitoso bizcocho de zanahoria junto con una nota que decía «Muchas gracias por ayudarme esta mañana, tu vecina». Ronald esbozó una sonrisa al darse cuenta de que su buena acción del día había sido recompensada. Dejó el pastel sobre la encimera y se tumbó en la antigualla de sofá, dejó caer sus zapatos al suelo sintiendo un gran alivio en los pies y se quedó medio dormido delante del televisor. En mitad de la noche unos fuertes porrazos en la puerta le despertaron; la televisión seguía encendida. Se dirigió a la puerta y miró por la mirilla sin ver a nada, entreabrió la puerta y asomó la cabeza al descansillo; allí no había nada. Ronald pensó que debía de tratarse de la televisión y la apagó. Después se metió en la vieja cama que crujía a cada giro hasta que se durmió.


Continuará…

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